Camino por una carretera trazada, rodeado de paisajes y rostros que llevan consigo sus propias historias. Con mi pincel, capturo escenas de este mundo tangible, mientras sigo señales, normas e indicaciones: por aquí sí, por allá no. El trayecto se vuelve repetitivo, predecible, casi sin alma. Pero un día, decido detenerme. Me rebelo. Doy un paso fuera de ese camino impuesto. Y entonces ocurre: me encuentro en un vasto espacio donde no hay señales que seguir ni reglas que acatar. Carreteras infinitas se abren ante mí, sin destino fijo, sin fronteras. Allí, mi pincel, ahora libre, danza sin límites, traza sueños, esculpe ideas, construye mundos. El lienzo es infinito. Las viejas normas se convierten en un eco que se desvanece, y en esa libertad total, descubro mi verdadero hogar: la abstracción.